Si recordáis en un “Reto hecho realidad” os explique de qué forma una persona con veintitantos años de vida sedentaria como yo, se decidió a correr 10 kms.
No exageré cuando os describí mi “calvario” personal.
Iba sobrecargada por el entrenamiento y con fuertes dolores en unas rodillas frágiles después de tantos años en la recámara. El trazado desigual y empinado, los azotes del calor y la deshidratación estuvieron a punto de dar al traste con mi ilusión de cruzar la meta.
Llegué exhausta y feliz, invirtiendo una hora y quince minutos. A cambio tardé una semana en volver a caminar normalmente y tres en calmar los dolores por completo, pero no abandoné el objetivo de practicar deporte con asiduidad.
Para comprobar mis progresos decidí apuntarme a la San Silvestre Vallecana. Proseguía con mi rutina de dos horas de ejercicio al día, realizando descansos intercalados semanales de 24 o 48 horas.
La semana anterior a la carrera surgió el saboteador. Todas las molestias, imaginadas o imaginables, asolaron mis piernas. Para convencerme de que eran travesuras del subconsciente visité al fisioterapeuta y practiqué una tabla suave de fitness. En vísperas de la carrera no hice ejercicio.
El sábado por la mañana efectué un repertorio de abdominales, lumbares y estiramientos. Resulta curioso comprobar la cantidad de microdolores que puede uno detectarse cuando está nervioso y siente el azogue del miedo. Afortunadamente, una voz interior me invitaba a confiar en mi esfuerzo y planificación y lograba imponerse.
Una semana antes había iniciado lo que llamo “liturgia de motivación en torno a mis retos”. Acepté la oferta gratuita de grabar mi nombre en la camiseta, la extendí sobre el respaldo de una silla en mi cuarto para verla cada mañana, le hice una foto y la puse como escritorio de mi portátil y carátula del móvil. Sobre ella escribí frases ganadoras de atletas y deportistas y comencé a leer artículos que ofrecían consejos y relataban experiencias sobre la carrera o el recorrido hasta que fui capaz de visualizarme en cada kilómetro.
La mañana de la carrera me premié con un baño de sales y hablé con mi cuerpo para infundirle cariño y confianza. Lo hidraté a conciencia, centrándome en los pies.En una carrera de 15 minutos, a un ritmo aproximado de cuatro minutos y medio por kilómetro, se producen cerca de cinco mil impactos de los pies contra el suelo. El valor de cada uno de estos impactos se sitúa entre dos y cinco veces el peso corporal del corredor. Son los responsables del 60% de la lesiones del aparato locomotor y de un porcentaje elevadísimo del resto de las estructuras superiores (rodilla, cadera y espalda).
Durante los prolegómenos de la carrera, Concha Espina era un clamor. Un ambiente festivo, acompasado por la música y el murmullo de los corredores, presidía la calle. Aquella congregación de gente disfrazada, despreocupada y sonriente, atemperó mis nervios. Daba la impresión de que el objeto de estar allí no fuese tanto correr como pasar un buen rato y divertirse. Me lo tomé de esa forma. Deseaba más que nada disfrutar de las buenas sensaciones de mi respiración y mi zancada, del paisaje y el ambiente.
Al no disponer de tiempo oficial acreditado, me coloqué en el último cajón.
A las 18,00 horas retiraron las cercas para que avanzásemos hacia Sagrados Corazones dónde estaba la salida. La primera se había producido a las 17,30. Y después siguieron otras. Habíamos disfrutado observando la marea blanca que ascendía perezosamente por Concha Espina hasta virar hacia Serrano. Ahora era nuestro turno.
La cuenta atrás se inició en una pantalla gigante y todos la coreamos entusiasmados: los chicos vestidos de robot y protegidos con cajas de cartón en sus cabezas, los frailes, los de pelucas multicolores, los romanos, los vikingos, los papá Noel, las cupletistas, las parejas, los amigos y familiares que corrían juntos… .Era una auténtica fiesta.
Cuando comenzamos a atravesar la alfombra que activaba los chips y a subir la primera cuesta del recorrido, ya estaba anocheciendo. Las farolas de la calle proyectaban sus luces anaranjadas y el clima se había tornado más frío, aunque no fuese la clase de climatología tan adversa que cabía esperar en el mes de diciembre.
Advertí que no lograba conectar con mi ritmo. Estaba la gente que iba por delante de mí y la que me adelantaba o corría a la par. Por un lado temía ser sobrepasada y por el otro trataba de seguir la estela de aquellos que avanzaban más rápido. Había un constante devenir de personas y el ruido de pasos cercanos me inquietaba. Perdí la concentración, comencé a respirar atropelladamente y a notar síntomas de cansancio.
Al doblar hacia Serrano traté de serenarme. “Se tu misma”, me dije, “olvida cuanto te rodea y proyecta tu propio ritmo”. Pronto ajuste zancada y respiración y empecé a sentir que controlaba la carrera. Observaba el público, el paisaje y los corredores, pero lo hacía desde mi misma, viviendo mis sensaciones y sin preocuparme por lo que hiciesen otros.
Me sentía bien, conectada con mi ritmo y seducida por la belleza de Madrid bajo los focos.
Bordeamos la puerta de Alcalá y descendimos hacía Cibeles para enfilar el Paseo del Prado. La gente animaba sin tregua. Te llamaban valiente, gritaban que ya quedaba poco o que éramos el alma de Madrid.
Entre los corredores reinaba un ambiente distendido. Algunos decían haber estado en la meta y comprobado que allí no había nada del otro mundo, otros proponían tomar unas cañitas para quitarse el sofoco, bajar el ritmo infernal que marcábamos o coger un taxi para alcanzar la meta y poder llegar a la cena de Fin de Año. -Lo que hay que hacer para no pelar gambas- comentó un participante mientras retiraba el sudor de su frente con el dorso de la mano.
Cruzar Atocha y visualizar el gran cilindro construido con ladrillos macizos de cristal translúcido para homenajear a las personas fallecidas en el atentado de Marzo de 2004, resultó muy emotivo.
El peor momento llegó al afrontar la empinada subida por la Avenida de la Albufera, tras correr bajo el puente de Vallecas culminando Ciudad de Barcelona. Un grueso considerable de corredores se paró repentinamente y decidió emprender la subida caminando. Aquel brusco parón ralentizo la carrera.
Anteriormente las cuestas habían sido mi debilidad, pero en esta ocasión abordé el ascenso con potencia. Cuanto mayor era el cansancio que sentía, más me empeñaba en tirar. Había trabajado mucho la fuerza en los entrenamientos y quería demostrarme que estaba preparada para sufrir. La subida no era fácil, tenías que sortear la marea de personas que caminaba o corría cansinamente por el asfalto, sin que eso afectase a tu zancada ni a tu moral.
Estaba a punto de claudicar cuando avisté el giro en descenso hacia la calle Carlos Martín Alvarez y me percaté de que estaba a unas cuantas zancadas de coronar la parte más dura del recorrido. Eso me dio alas. Saqué fuerzas ocultas corriendo hasta la extenuación. Sumida en el sobreesfuerzo, hubo un momento en el observaba mis piernas y era incapaz de explicarme porque seguían bregando a toda velocidad sobre el asfalto. Contemplaba mi zancada como si fuese un movimiento automático superior a mi voluntad y más rápido aún que mis pensamientos. Cuando quise darme cuenta estaba ya en el kilometro nueve, enfilando un suave descenso que me hacia recuperar fuerzas.
La carrera terminaba en cuesta y hube que apretar los dientes para darlo todo en el último repecho mientras observaba la reluciente llegada y el público nos animaba a esprintar.
La sensación de entrar en meta fue de victoria y alegría incontenible. Por el ritmo imprimido, sabía que mi tiempo era bueno. Comprobé que había invertido sesenta minutos y treinta y cinco segundos en completar el trayecto. Una mejora sustancial, pues suponía rebajar mi record personal en quince minutos sólo tres meses después de mi primera carrera.
Queda mucho por aprender y mejorar, pero terminar el año con ese buen crono y con la sensación de haberme divertido en el camino, me parece una forma estupenda de despedida.
Todo es posible cuando lo haces.
El logro se cuece a fuego lento, ingrediente a ingrediente, y por encima de todo, disfrutando al cocinarlo.
¿Cuál fue tú gran logro este año?. ¿Qué pasos has dado hacia tu meta?. ¿Cuáles estas dispuest@ a dar?.
Mi padre solía decir: “Hagas lo que hagas, hazlo de verdad. Pon tu pasión y alegría en ello”.