CUANDO NO TE COMPRENDEN

 

 Nadie verá y sentirá lo mismo que tú sientes. Tal vez se acerque, pero no será igual.

Asimilamos el mundo a través de nuestros filtros. Los sentidos, las creencias, la educación o la historia personal, incluso la genética, determinan nuestra representación de la realidad.

Digo esto porque a veces nos desesperamos, criticamos y juzgamos. Resulta que el otro no nos entiende, no se preocupa, no se comporta como yo espero, y al pensar de esta forma, me creo que estoy en lo cierto. No advierto que se trata de una percepción personal, que existen mapas diferentes al mío, diferentes modos, tantos como personas, de captar y entender los hechos.

Si partimos de la idea de que el resto de personas debe entender y saber lo que queremos decir, que actúan en nuestra misma realidad y se la representan tal como nosotros, lo más probable es que surjan conflictos, malentendidos y frustraciones en nuestras relaciones.

¿Qué hacer entonces?. ¿Utilizar la fuerza?. ¿Te ha pasado alguna vez que tratas de imponer tu visión y el otro se afirma con mayor vehemencia en la suya?. Es difícil pensar que se pueda conocer la realidad sin un observador y cada observador es un sujeto que tiene su propia percepción, un individuo con su propia subjetividad.

Para empezar la representación que cada persona tiene del mundo exterior, depende del sistema sensorial que utilice en ese contexto. Si da importancia, por ejemplo, a lo que oye, a lo que ve o a lo que siente. ¿Cómo procesa la información?. ¿Tiende a prestar atención a los detalles o más bien se inclina por la globalidad?. ¿Se sitúa dentro del tiempo olvidándose de ella o se disocia y lo mide?. ¿Qué experiencias ha vivido respecto a un tema concreto que influyen en lo que piensa?. ¿Qué anclajes posee que le hacen sentirse bien o mal ante determinados estímulos?. ¿Cuáles son sus valores?. ¿Se centra en las ventajas o en los inconvenientes?.

No hay respuesta acertada ni desacertada. Nadie es mejor ni peor en función de sus filtros. La cuestión no es juzgar a las personas o criticarlas, sino comprender como funcionan y acercarnos a ellas. Cualquiera que busque una comunicación eficaz ha de estar abierto a percibir las particularidades del otro y a sintonizar con él. Sólo así podrá comprender su mensaje y lograr que se comprenda el suyo.

La calibración parte de observar y escuchar al otro para recoger información. Nos permite conocer mejor a nuestro interlocutor, su modelo del mundo, sus creencias, sus valores, sus sistemas sensoriales predominantes, sus intereses, recuerdos, experiencias y estrategias.

Tras la calibración, llega el momento de utilizar lo aprendido para lograr sintonía. La sincronización permite crear un clima de confianza y entrar en el mundo de otra persona siguiendo sus parámetros, pero también nos permite «guiarla» hacia posiciones distintas a la suya. Una vez que hemos sintonizado con alguien, podemos ir cambiando los parámetros, de tal forma, que sea el otro quien nos siga a nosotros.

La forma en que cada persona se representa la realidad determina su sufrimiento y su felicidad. Todos poseemos recursos para modificar esa representación, pero al relacionarnos con otras personas, lo primero es comprender y adaptar nuestro lenguaje verbal y no verbal a su modo de ver el mundo. De esta forma la comunicación habrá sido eficaz y se darán  las condiciones para influir en nuestro interlocutor.

Conocer y respetar la realidad del otro es el primer paso para qué nos entienda.

En lugar de juzgar y criticar, ¿Qué tal si nos esforzamos por comprender y comunicar eficazmente?. ¿Qué tal si partiendo de ahí, llevamos al otro a conocer  nuestro mundo?.

  

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NUTRIRNOS DE OTRAS PERSONAS

 

Todos disponemos de recursos internos y externos para lograr nuestros objetivos.

Uno de esos recursos externos es inspirarnos en otras personas, bebiendo de cuánto admiramos en ellas.

Esto no tiene nada que ver con la envidia, sino con la admiración.

Quién aprecia y reconoce a la persona y su logro y puede querer reproducir su conducta o inspirarse en ella, la admira. Es portador de un sentimiento de afecto y respeto hacia ese individuo. Para el envidioso el logro y el bien de otro es causa de tristeza y pesar. Su deseo no es tanto imitar el comportamiento o inspirarse como quitarle al otro lo que tiene. La envidia genera odio y resentimiento y no reconoce los méritos ajenos.

Cuando alguien expone lo que para nosotros es una buena idea o exhibe cualidades que deseamos obtener o mostrar, nos ayudará mucho más preguntarnos cómo podemos aprender de esa persona, cómo lo consigue y que hace específicamente para lograrlo, que albergar sentimientos negativos. Valorar a los demás, no implica ensombrecer ni rechazar nuestro propio valor.

A veces elegimos envidiar porque, al compararnos, nos sentimos inferiores. También se da el caso de quienes defendiéndose de un complejo de inferioridad se consideran por encima de los mortales.  Existen personas para las que los demás no se enteran de nada, ni saben hacer nada bien. Al menos tan bien como ellas. Personas que nos miran por encima del hombro o nos niegan el saludo, como si les costase entender que todos  tenemos limitaciones y se hubieran puesto una venda para ignorar las propias. Es difícil creer que si alguien no valora a los demás, pueda valorarse a sí mismo.

Recordar que somos diferentes, al igual que lo son la vida y las circunstancias particulares, es un buen ejercicio para salvaguardar nuestra autoestima. ¿Qué vamos a comparar cuando somos todos tan valiosos y distintos?. La única persona a la que uno debería superar es uno mismo.

Cualquier persona anónima puede inspirarte o moverte a la acción y a la  emulación, depende de tus objetivos y circunstancias.  En mi caso, por ejemplo, una de las personas que más me inspiró al principio de mi carrera profesional fue cierta señora adorable que limpiaba las oficinas dónde yo trabajaba. Su forma de afrontar la vida me ayudó a tomar una decisión de envergadura que cambió la mía.

Consciente o inconscientemente, también inspiramos a otros. Esto no es vanidad. Nos inspiramos y modelamos mutuamente a cada instante. ¿Quién no alberga cualidades dignas de admiración?. En realidad el modelaje es un recurso excelente para lograr objetivos, no sólo en su vertiente de emular comportamientos sino de conseguir motivarnos.

Afortunadamente la vida nos ofrece la oportunidad de interactuar unos con otros, de alimentarnos espiritualmente con cada ser humano en cada lugar y  momento, al igual que lo hacemos con nosotros mismos, nuestras fortalezas, pequeños y grandes logros. Todo ello sin perder nuestra identidad, ni convertirnos en el mimético trasunto de nadie o renunciar a nuestra valía.

Si lo piensas bien, grandes genios e inspiradores, como Steve Jobs, que hicieron las cosas de forma diferente y cambiaron el mundo, se han nutrido en algún momento de su vida de otras personas. El creador de Apple era un auténtico entusiasta de Sócrates y de los Beatles. En una entrevista concedida a la revista Newsweek en el año 2001 llegó a decir: “Cambiaría, si pudiera, toda mi tecnología por una tarde con Sócrates”.

Como tributo a Steve os dejo con estos vídeos. El jueves lamentablemente lo perdimos, aunque el mismo dijese que la muerte es el mejor invento de la vida. 

Nos quedan su obra y sus palabras para nutrirnos, para permanecer hambrientos,  ser insensatos y amar lo que hacemos, tal como él proponía.

http://www.youtube.com/watch?v=uXKku2KYZf0

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UN RETO HECHO REALIDAD

 

Soy de las que piensan que tú haces el sueño, y cuando se cumple, es el sueño quién hace a tí.

Después de veinticinco años sin correr más que  para  llegar a tiempo y cumplir  mis compromisos, se me ocurrió la idea de participar en una carrera popular de diez kilómetros.

Carrera Urbana de la Salud. Eso decía el poster del gimnasio. Y me formulé la pregunta.

 ¿Tenía yo salud?. Debo reconocer que no. Había consumido buena parte de mis reservas de ferritina y estaba bajo tratamiento médico. Andaba entrada en kilos y a pesar de aplicarme diferentes dietas el cuerpo se resistía a perder grasa.

Por si fuera poco, era un típico ejemplo de sedentarismo. Más de doce horas al día en posición sentada, trabajando, estudiando o haciendo vida social; y con aficiones  tan “estáticas” como la lectura, la escritura, el cine o internet. Para curarme en salud, y si el cansancio no hacía mella, acudía al gimnasio dos veces por semana.

Con esta rutina y una vida llena de exigencias profesionales y académicas, me notaba escasa de fuerzas y de frescura mental. La carrera me brindaba una oportunidad de recuperar la salud  y me inscribí sin pensarlo.

Aunque este fuese mi primer motivo, pronto descubrí que cuando comienzas a correr surgen otros muchos.

Rodar a primera hora de la mañana por el paraje de la Dehesa de Navalcarbón es un privilegio. Respiras la fragancia de los piñoneros y percibes las tonalidades rojizas del horizonte durante el amanecer. En el camino descubres búnkeres y fortines de la guerra civil, vestigios del canal, obra de Carlos III, que pretendía conectar el Guadarrama con el Guadalquivir y puentes de madera con diseños de cuento. Escuchar el ritmo de tu respiración y el ruido de las zapatillas al mezclarse con el tamborileo de los picapinos, te hace sentir parte de la naturaleza.

Para un ratón de oficina como yo, nada mejor que  trotar y respirar aire puro. La sensación de libertad alimenta tu zancada y pone alas en tu corazón.  Cuando corres, el silencio de las horas tempranas te sume en un remanso de paz. Las tensiones se disipan y los problemas se vuelven triviales.

Pero quizá lo más reconfortante es disfrutar ese camino que te conduce a la carrera. Dia a día percibes como aumenta tu energía, como el cuerpo se fortalece marcando y definiendo sus músculos, como tu metabolismo se acelera; notas que ganas tiempo al crono y superas tus barreras físicas y mentales; experimentas como tu alegría, tu agilidad, tu rendimiento profesional y personal, tu autoestima y tu sentido del humor se expanden.

 No accedes gratuitamente a estos beneficios. Los músculos han de acostumbrarse a las nuevas exigencias y después superarse. Has de ser constante e   incrementar progresivamente la intensidad y repetición del ejercicio,  pero sabes que cada gota de sudor es un logro, un paso más hacia tu mejora.

Disfrutar y esforzarte no impide que estes expuest@ a tus gremlins.  A menudo una voz interior me repetía  lo cansada y desentrenada que estaba.  Cuando sentía dolor, me susurraba que no podría competir o me hacia ver que todo era una locura y  lo mejor era olvidarse.

 Aunque  soñaba con una buena marca, mi verdadero objetivo era cruzar la línea de meta. Para una corredora inexperta como yo, no había mayor reto para probar que me había tomado en serio el camino hacia mi salud.

La mañana de la carrera soplaba un viento ligero muy propicio. El cielo estaba despejado y el sol amenazaba con ser persistente. Apoyé la pierna derecha sobre el césped artificial del campo de fútbol y me percaté de que el dolor que me había molestado durante varios días seguía allí. No eran buenas noticias. Uno de los fisioterapeutas dispuestos por la organización tanteó mis piernas.

-Parece una sobrecarga- comentó -si ves que  duele, párate-.

No es fácil asimilar la palabra “párate” cuando durante un mes has dedicado 3 horas diarias a lograr tu forma física para la competición. Quieres llegar, y diría más, casi no te importa cómo. Una especie de locura transitoria se apodera de ti y cierra tu entendimiento a cualquier posibilidad que no pase por lograr tu objetivo.

Sobre el tartán comenzaron los calentamientos y comprobé que estaba rodeada de atletas. La mayor parte de los más de 380 competidores exhibían un físico y una musculatura trabajada. Por primera vez consideré la posibilidad de llegar en última posición. Y me pareció una posibilidad realmente cercana, dadas las circunstancias.

De modo que tomamos la salida y yo fui sintiendo los pinchazos de mi rodilla con cada zancada. Permanecí atrás para centrarme y coger mi ritmo. Sabía que era un error tratar de seguir a otros y mucho más si no estaba en las mejores condiciones. La carrera terminaría haciendo su selección natural. A los tres minutos de la salida ya había perdido de vista el grupo de cabeza. Podían ser unas doscientas personas. El pelotón de cola se había estirado como un acordeón y después fragmentado en grupos más pequeños hasta convertirse en individuos que trotaban en solitario.

El recorrido era duro. Aunque había entrenado por algunos sectores de la Dehesa, pronto descubrí que  las pendientes de los entrenamientos se mantenían y las bajadas eran pendientes. El trazado de la carrera bordeaba la Dehesa y luego zigzagueaba por dentro en tono ascendente.

 Los primeros ocho kilómetros fueron de subida con llanos ocasionales. En el kilómetro cuatro  me percaté de que estaba jadeando. Era pronto para cansarse. Con los nervios había perdido el control de mi respiración. Tenía el corazón en la boca y la pendiente se hacía cada vez más pronunciada. Un sol abrasador consumía el oxígeno. La rodilla pinchaba. Algunos participantes comenzaron a sobrepasarme. Era uno de esos momentos críticos en los que sientes que todo se derrumba y ya no puedes más. Yo quería resurgir y conversaba conmigo misma. “Vamos, vamos no me falles ahora. Tú puedes. Mueve esas piernas. Es pronto para rendirse”.

Al levantar la vista divisé un llano tras el repecho y me concentré en llegar hasta él. Era mi premio por coronar. Una vez allí troté con decisión y sobrepasé a varios corredores. Mi respiración estaba bajo control. Velocidad y ritmo constante. “Bien, lo estás haciendo muy bien”.

Más allá de la arboleda por la que discurría el sendero en planicie, el terreno se inclinaba como el lomo de un tobogán para después volver a empinarse. Era un trecho rompepiernas, en el que la alternancia de subidas y bajadas impedía mantener un ritmo constante. Al poco volvió la pendiente por un camino arenoso y expuesto al terco sol. Me estaba fatigando de nuevo. Mi cabeza echaba humo. Buscaba aferrarme a la exigua sombra que proyectaban los piñoneros y tropecé. Afortunadamente logré sobreponerme antes de tocar el suelo, pero sentí dolor. Una corredora esquivó mi tropiezo para rebasarme. Mi moral se resintió. Cerré lo ojos, hice un esfuerzo por respirar hondo y me coloqué de nuevo por delante. Para tomar distancia cambié el ritmo durante unos minutos. Tenía más amor propio que fuerza.

Pronto divisé los puestos de avituallamiento. Había llegado a la mitad del recorrido.  Tomé una botella de agua, bebí un trago largo y lancé el envase en una papelera. Quería liberarme de cualquier peso. En el kilómetro siete comprendí que había cometido un error. Tras coronar la cuesta más empinada y prolongada de la prueba, mi boca se volvió esparto. Buscaba con lengua de trapo la humedad de mi propio sudor y tenía la sensación de estar a punto de desfallecer. Me sentía débil y reventada por un sol implacable. Sólo tenía ojos para buscar agua.

Delante de mí un participante había cambiado el trote por la caminata. Tenía las manos vacías y daba pasos muy cortos, como si estuviese exhausto. Entonces reparé en un providencial perrito que husmeaba junto a un árbol. Por el tronco surgió la estampa de su dueño con una botella de agua. Le pedí un poco, y al ver mi rostro desencajado, me la ofreció entera. Bebí. Un trago largo y profundo que redujo el líquido a la mitad. Me nacieron las fuerzas y sobrepasé a dos corredores. Un cartel anunciaba que había llegado al kilómetro ocho. Las piernas estaban débiles, pero yo aceleraba. Estaba a dos kilómetros de mi sueño.

Debería haberme alegrado de que los últimos dos mil metros transcurriesen cuesta abajo, pero en mis circunstancias cada golpe contra la tierra polvorienta era un calvario; cuanto más apoyaba el peso del cuerpo, más dolor experimentaba. Tuve que frenar la inercia de la caída para amortiguar el impacto. Reducir el ritmo no me preocupó. Ya estaba. Un poco más y ya estaba. Sólo un poco más. Sólo eso importaba. Apreté los dientes y respire lento y profundo. Las copas de los árboles creaban un paraguas que proyectaba su sombra a lo largo de todo el descenso. Por primera vez sentí un ligero soplo de aire abanicándome.

Entre los últimos pinos del recorrido divisé nuevamente el estadio. No tardé en atravesar el acceso que permanecía abierto y desembocar en el tartán de la pista de atletismo. Surgieron aplausos y palabras de ánimo. Aceleré con más ilusión que potencia hasta el límite de mis fuerzas. Puede que más allá, porque lo dí todo.

Al plantar el pie en la línea de llegada, mi tiempo se iluminó en el cronometro electrónico. 1 hora, 15 minutos y 6 segundos.

 Mi posición fue la 302 entre las 314 personas que no abandonaron. La mujer número 35 en cruzar la meta, pero eso carecía de importancia. No era más que un final que abría un comienzo.

El sueño de llegar se había cumplido y yo estaba féliz de haber entrado en la meta después de veinticinco años.

Comprendí que los retos son algo muy personal y  lograrlos no resulta cómodo, ni seguro; exige hacer las cosas de forma diferente y mejor de lo que normalmente las hacemos; exige creer en uno mismo e incluso aventurarse.

Como decía el general Mc Arthur, no hay seguridad en esta tierra, sólo oportunidad.

Vi la oportunidad de correr para cambiar mi vida y unos hábitos poco saludables. No tuve todo a favor, ni participé en las mejores condiciones, pero aprendí lo que debo y no debo hacer y descubrí de lo que era capaz allí y en aquel momento.

Correr era mi reto.

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CUANDO LA PEREZA BLOQUEA TU VIDA

En las selvas húmedas de Sudamérica habita un animal peculiar que hace de la lentitud su forma de vida. El perezoso, definido por algunos como un oso lento que parece una estatua, pasa la mayor parte del día dormitando entre las ramas de los árboles y a veces muere colgado de ellas, ya que es allí donde transcurre el grueso de su existencia.

Considerado como el animal más lento del mundo, la práctica de la relación sexual entre perezosos puede llegar a durar más de 20 horas y no es extraño que se queden dormidos durante el transcurso de la misma.

El cambio del hábitat y la exposición a los depredadores han convertido a este mamífero en una especie en extinción, no en vano cuando desciende cada semana del árbol para cubrir necesidades fisiológicas básicas, su propia lentitud le transforma en presa fácil; y sus garras, aunque afiladas, no aciertan con la rapidez del entorno.

Aunque la lentitud no implique necesariamente pereza, una persona perezosa suele ser lenta por su tendencia a la inacción o a la desidia, a postergar las cosas o a buscar una excusa para no actuar.

En el diccionario la pereza se define como negligencia, tedio o descuido en realizar acciones, movimientos o trabajos.

En determinadas circunstancias “no hacer nada” puede ser reparador. La ausencia de actividad nos permite recuperar fuerzas, descansar y serenarnos, incluso puede estimular nuestra creatividad. En otras, la pereza es un síntoma de trastornos físicos o psicológicos, tales como enfermedades que provocan debilidad física o enmascaran una depresión.

Cuando el tedio, descuido o negligencia resultan ser un subterfugio para esquivar responsabilidades o sabotear los objetivos que nos hemos trazado, esta pereza se convierte en un lastre para nuestra vida.

Resulta una obviedad que tendemos a no malgastar energías si no hay un beneficio, pero no cada vez que evitamos hacer algo o lo hacemos con desgana, o sin poner empeño alguno, la causa es una ausencia de beneficio. Puede ser perfectamente posible querer y desear algo y evitarlo y rehuirlo, a pesar de que vislumbremos su rentabilidad.

En ocasiones el motor de la pereza es el miedo. Miedo al fracaso, a la incertidumbre, al ridículo, al rechazo, a la responsabilidad. Y tendemos a disfrazar nuestra reticencia a la acción con excusitis o victimismo: “no me interesa”, “para que voy a hacer esto, si al final todo seguirá igual”, o, ”para qué aventurarme”. También es posible que detrás de nuestra aparente indolencia se esconda otra razón, como la falta de autoestima o confianza en nosotros mismos: “no puedo”, “no valgo”, “no estaré a la altura”.

¿Cómo lidiar o ganar terreno frente a esa pereza que nos bloquea?.

Lo primero, desde luego, es tomar conciencia de que somos perezosos y de cómo nos limita esa actitud.

No conozco fórmulas mágicas, aunque creo que ejercitar nuestra mente es la clave. Practicar ejercicio físico, alimentarse adecuadamente y descansar ayudan a prevenir la falta de energía, pero nuestra actitud mental y lo que decidamos pensar resulta determinante.

Centrarse en los beneficios en lugar de las dificultades y pensar en la tarea, acción u objetivo en términos más específicos y concretos (¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿quién?, ¿para qué?) contribuye a la superación de la pereza. Bajo esta óptica el problema o el objetivo se tornan más comprensibles y fáciles de solucionar y crecen la motivación y las ganas de actuar. Cuando una tarea o un objetivo resultan abstractos la magnitud de la incertidumbre y de la propia incomprensión que nos embarga hará que tendamos a postergar su realización.

Dividir las tareas y objetivos en sub tareas, trazar un plan claro, ir pasito a pasito, haciendo las cosas de una en una y evitar distracciones que te inhiban de lo que estás haciendo, hará mucho más llevadero y manejable todo aquello que emprendas. Si realizas varias tareas al mismo tiempo es fácil que te satures, que caigas en el agobio y en la confusión y que el sobresfuerzo te pase factura. Rechaza las “multitareas”.  Secuencia tus objetivos y tareas  y anota los progresos.

Y por otra parte, ¿te has preguntado qué ocurriría si no hicieses eso que tienes o debes hacer?. ¿Qué perjuicios te ocasionaría por ejemplo no planchar si nadie puede pasar la plancha por ti?. ¿O tener el armario desordenado?. ¿O no hacer ejercicio?. ¿Te compensa ser perezoso?. ¿Qué pierdes?. ¿Es importante?. ¿Cuánto?.

La respuesta a estas preguntas tendrá que ser honesta. Y lo será cuando sientas que no es un pretexto para consolarte momentáneamente. Si las mismas cuestiones acechan una y otra vez a pesar de haberte respondido, puede ser que alguna incongruencia perviva en tu subconsciente. Atrévete a profundizar en ti mism@ y a conocerte de verdad.

¿Y qué tal si te tratas bien?. Me refiero a premiarte de forma razonable y proporcionada cuando logres cualquier cosa que para ti represente un avance, por pequeño que este sea. Piensa en un baño reconfortante, un paseo, un helado. Se tu fan número uno.

En todo caso, puedes convertir la superación de la pereza en tu propio desafío personal. Planteártelo como un reto. ¿Hasta dónde eres capaz de llegar?. Pruébate a ti mism@ y date ánimos. ¡Puedes hacerlo!, de modo que: ¡hazlo!. Descubre tus posibilidades y recursos. Aunque lo ideal es utilizar esos recursos propios para superar la pereza que te limita, siempre puedes apoyarte en otras personas e incluso modelar lo que te inspira en los demás.

Pero ante todo, muévete y vive plenamente lo que haces. Mantente activ@ y encuentra una razón que te impulse. Involúcrate emocionalmente con los cinco sentidos en ella.

La pasión es el motor de la acción, del entusiasmo y de la energía. Es pura vida y dedicación. Y marca la diferencia en los resultados de todo cuanto emprendemos. El nivel de pasión que pones en lo que haces determina la intensidad de tu éxito. Es el pequeño plus que te hace brillar.

Termino con un resumen de las palabras que Al Pacino pronuncia en su interpretación memorable como entrenador de fútbol americano. Creo que son un fiel exponente de todo lo que puede mover la pasión en nosotros:

Podemos salir trepando del infierno, pulgada a pulgada. La vida es un juego de pulgadas. Puedes pelear por esa pulgada, hacerte pedazos por esa pulgada, clavar las uñas por esa pulgada porque sabes que cuando sumes todas esas pulgadas, eso hará la diferencia entre ganar y perder. Quien esté dispuesto a morir por esa pulgada, ganará. Y si algo de vida te queda es porque aún estas dispuesto a luchar y morir por esa pulgada. Porqué eso es lo que significa vivir. Las seis pulgadas que tienes ante ti.

Si la pereza te limita, disípala con tu pasión.

 

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MINDFULNESS: CONCIENCIA Y ATENCIÓN PLENAS

 

Hace días tuve la oportunidad de experimentar una sesión de Mindfulness en una Institución benéfica de la calle Serrano.

La sala estaba abarrotada. En medio del calor y la atmosfera densa, los asistentes iniciamos nuestra meditación con un dulce. Durante un lapsus de tiempo que olvidé calcular, anduve sumida en el aroma azucarado y evocador del chocolate, en su tacto untuoso y su sabor a almendra tostada, vainilla y almíbar. Sólo eso existió para mí. La golosina y mi atención plena hacia ella con los cinco sentidos.

 ¿Cuántas veces somos conscientes de que respiramos?.  ¿Saboreamos la comida o la imagen que tenemos de ella?.  En ocasiones tocamos a una persona sin experimentar las sensaciones propias del tacto porque ya tenemos nuestra propia idea de esa persona o incluso caminamos completamente ajenos a la sensación de la superficie que pisamos bajo nuestros pies.

 La mente suele divagar y distraerse con facilidad. Revolotea de un lado a otro cual pájaro inquieto, como si estuviera dispuesta a cualquier cosa, excepto a vivir aquí y ahora. Se pierde en hechos pasados o futuros, razona, calcula, especula, juzga, trata de controlarlo todo o rumia su compulsiva cháchara.

Mientras tanto, el momento presente pasa de puntillas por delante nuestro. Alrededor de un 50% de las horas de vigilia,  transcurren desatendiendo eso que está frente a nosotros, visitando paisajes mentales o pensamientos ausentes.

La meditación centra nuestros pensamientos y nos aporta sosiego y paz interior. Cuando calmamos la mente, podemos ver con claridad.

 Como técnica de meditación basada en la conciencia plena, el Mindfulness alcanza este objetivo prestando atención de forma deliberada, y con aceptación, al momento presente.

 No se trata de dejar la mente en blanco, sino de ser consciente de lo que sucede, mientras sucede.

 A través de esta práctica observamos la realidad sin juicios, prejuicios, ni valoraciones y aceptamos nuestra experiencia tal cual es, y del modo en que está aconteciendo.  No hay control, ni rechazo de nada que proceda de los sentidos o de las emociones, no se permiten interferencias en esa atención, ni nos centramos en  vivencias irreales desconectadas del mundo. Transpolando las palabras de Heidegger hacia la filosofía, “no levantamos palacios dignos de admirar, pero en los que es imposible vivir”.

El objetivo del Mindfulness es mirarte a ti mism@ y ser plenamente consciente de lo que sientes, piensas o estás haciendo en cada momento. ¿Para qué?.’ Para no ser víctima de los miedos, inseguridades y vaivenes mentales o emocionales. Si te conoces más a ti mismo y eres consciente de cada cosa que haces, te relajas y  tomas las riendas de tu vida.

Pero la aceptación nada tiene que ver con la resignación. Como indica Kabat-Zinn, médico fundador del Centro para el Mindfulness o Atención plena: “La aceptación de las cosas tal como son requiere una fortaleza y una motivación extraordinarias, especialmente en el caso de que no nos gusten, y una disposición a trabajar sabia y eficazmente como mejor podamos con las circunstancias en las que nos encontremos y con los recursos, tanto internos como externos, de que dispongamos para mitigar, curar, reorientar y cambiar las cosas que podamos cambiar”.

El Mindfulness se utiliza como herramienta para potenciar el liderazgo, permite una mayor concentración, relajación y positividad, alivia los dolores y fatigas crónicas, y representa, entre otras cosas, una técnica eficaz de autobservación y autorregulación para gestionar el estrés y la ansiedad.  

A menudo las personas evitamos conectarnos con aquellas experiencias que nos generan estrés o ansiedad, pensando quizá que “lo que no se ve, no existe”. Esta actitud conduce a una reducción puntual de ambos, pero contribuye a su sostenimiento y perpetuación a medio plazo, púes impide la habituación y el aprendizaje.

La observación atenta y sin juicios, cual testigo imparcial, de los estresores  y  sensaciones de ansiedad, genera desapego y desensibilización. De esta forma se abre un espacio para que la persona se distancie, deje de actuar en forma automática y logre una mayor libertad para dar una respuesta diferente a su situación, tanto interna como externamente.

“Lo que resistimos persiste”, afirma Cristopher Germer, psicólogo clínico y co-editor del libro “Mindfulness y Psicoteria”:  “Al resistir el no poder dormir, posiblemente desarrollemos insomnio, al resistir la ansiedad empezamos a rumiar o sufrir ataques de pánico, si resistimos la pena eventualmente estaremos fijados en un cuadro de depresión. Incluso Sigmund Freud dijo que una persona no debe esforzarse en eliminar sus complejos sino entrar en acuerdo con ellos. Lo que estamos cultivando es una nueva relación con lo que nos enferma y una actitud amable y de aceptación. Esta relación no intenta quitar o reducir los malos sentimientos y emociones, sino más bien vivir en forma segura y pacíficamente en el medio de lo que nos está molestando”.

 La conciencia y atención plenas posibilitan que nuestra mente se mantenga inmaculada, invulnerable e inmune frente a los vaivenes de la vida.

Aquí os dejo con un video de meditación guiada que aplica el “Mindfulness”. Espero que os resulte útil para continuar siendo vuestro propio líder.

Carpe diem.

 

 

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CREA TU DEFINICIÓN DE FRACASO

 

He de confesar que me divierten mucho “Los Simpson”. 

Ayer contemplé un episodio interesante. Estaban reunidos en la mesa para cenar, cuando Homer murmuró: “Intentarlo es el primer paso hacia el fracaso” y tras afanarse en cortar con cuchillo y tenedor uno de los manjares de su plato, la comida acabó besando el mantel.

¿Conoces a alguien que no haya fracasado alguna vez?.  El fracaso es parte del progreso y no hay logro sin fracaso.

 En el peor de los casos una vida plagada de errores resulta mucho más útil que una vida invertida no haciendo nada. Los errores nos permiten ganar en experiencia y crecer. A través del ensayo y de la equivocación podemos descubrir las claves del éxito. Además fracasar no nos convierte en fracasados. En realidad fracasad@ es aquella persona que se siente como tal.

La forma en que una persona ve el fracaso y lo enfrenta impacta cada aspecto de su vida. Como afirmaba el escritor británico Nelson Bowell, “la diferencia entre la grandeza y la mediocridad está a menudo en cómo una persona ve sus errores”.

Hay quién se autodestruye y enferma por el sólo hecho de considerar el fracaso como algo personal. Para otros lo importante es evitar ese dolor y ello les lleva a temer el fracaso y quedarse atrapados en él. El miedo al fracaso crea un bucle de parálisis e indecisión y mueve a la persona a la desesperanza, a no fijarse objetivos, a buscar excusas, perder el enfoque y convertirse en víctima.

Contra el temor no caben más soluciones que sentirlo y racionalizarlo, pero sobre todo actuar, pues la acción arrincona el miedo.

El músico de origen alemán Georg Friedrich Händel es un ejemplo de victoria sobre el miedo y de superación del fracaso. Ya en plena madurez se vio perjudicado económicamente por la competencia y los cambios políticos quedando al borde de la bancarrota. De pronto su éxito se esfumó. Para colmó sufrió un derrame que le paralizó el brazo derecho provocándole la pérdida de cuatro dedos de su mano. Abatido por la situación, decidió retirarse en 1741, a la edad de cincuenta y seis años. Se hallaba en la  miseria de su retiro cuando un amigo acaudalado  le entregó un libreto basado en la vida de Cristo.   Händel se puso en acción y en veinticuatro días completó un manuscrito de doscientas sesenta páginas. Lo llamó  “El Mesías”, su mejor composición y una obra maestra de la música.

¿Cuál es tu actitud ante el fracaso?. ¿Lo conviertes en una potencial victoria o te hundes en él?. ¿Te centras en los errores o en lo que has aprendido de ellos?. ¿Eres consciente de que fracasar es incluso más común que tener éxito?. ¿Estas preparad@ para mirar con confianza la posibilidad de fracaso, aprender la lección y utilizarla para triunfar?. ¿Ves algo más allá del fracaso?.

Para sacar partido del fracaso, has de asumir tu responsabilidad en él pero sin tomarlo como algo personal y arremeter contra t-i mismo.

 “Cuando nos damos permiso para fallar, al mismo tiempo nos estamos dando permiso para superarnos” comenta la musicóloga Eloise Ristad.

Además hay que tener presente que el fracaso es temporal. Simplemente indica que hemos fallado al intentar algo concreto. Analiza tus errores en perspectiva y puede que descubras de qué forma tan positiva contribuyeron a tu vida.

Es importante ser realista respecto a nuestras posibilidades de fracaso y prepararnos para lo que podemos esperar. Si el objetivo es de gran envergadura resulta lógico suponer que cometeremos más errores o errores mayores.

Y a la hora de caminar hacia nuestros objetivos ¿por qué no enfocarnos en lo que podemos y sabemos hacer y de este modo utilizar nuestras capacidades y maximizarlas? o ¿qué tal si cambiamos de estrategia cuando no nos funcione?.

Aunque quizá lo más efectivo sea insistir y persistir en lo que buscamos. Como en cierta ocasión comentó Thomas Edison: “Muchos de los fracasos en la vida los experimentan personas que no se dan cuenta cuán cerca estuvieron del éxito cuando decidieron darse por vencidos”.

“Si su percepción de la forma en que reaccionaría ante el fracaso cambiase ¿Qué trataría de lograr?” pregunta John Maxwell en su libro “El lado positivo del fracaso”.

El fracaso es subjetivo. Sólo tú, como líder de tu vida, decides si lo que te ocurre es o no un error, como te afecta, cómo reaccionas y qué significa.

Tienes en tu mano la posibilidad de crear tu propia definición de fracaso, de verlo como un amigo o como un enemigo.

“La vida no es simplemente tener buena mano. La vida también es jugar bien una mala mano”, dice un proverbio danés.

¿Qué decides?.

 

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COMO NOS LIMITA LA ADULACIÓN

 

En un foro de opinión sobre la adulación, uno de los participantes manifestaba:

 “La forma más rápida de alejarse del triunfo y, en consecuencia de la realidad, es rodearse de aduladores. Es como si alguien te pusiera una losa encima para que no logres tus objetivos. La adulación, si te complaces en ella, te distrae y contamina como profesional; distorsiona tu percepción de la realidad”.

 El reconocimiento y la estima son necesidades humanas básicas, aunque hemos de ser cautos a la hora de satisfacerlas para no caer en la dependencia, ni apartarnos de la realidad.

 En ocasiones tenemos tanta urgencia por ser aceptados y lograr notoriedad que absorbemos como verdadera cualquier palabra que nos haga enaltecer el ego. Se olvida fácilmente que tales comentarios pueden proceder de la ignorancia, la cortesía o la adulación más que de la franqueza. Lo que nos dicen los demás, no siempre es consciente o sincero.

Cuando nos prodigan alabanzas falsas o exageradas para halagarnos y obtener algo a cambio, estamos siendo adulados. Y es fácil caer en la complacencia y dejarse llevar, pues el adulador apunta de lleno a esa parte tan vulnerable de nuestro ser que denominamos “ego”.  

La adulación es precaria en el reconocimiento del otro porque le pone cualidades que no tiene o no muestra. No nace de un deseo de ratificar lo bueno, sino de agradar superficialmente el oído del que se necesita de alguna manera.

El adulador nos adormece con un falso sentido de la confianza que nos hace bajar la guardia; no es amigo de la verdad y tampoco resulta confiable. Ante una situación en la que vea comprometido su objetivo es capaz de pasar con toda frialdad al polo opuesto.

Si algo diferencia la honestidad de la adulación es la convicción. La honestidad implica estar convencid@ de lo que uno dice . La persona honesta expone su punto de vista conforme a su esquema de valores y  mapa de la realidad.  No busca manipular o agradar por encima de todo, ni es servil.

 La honestidad asertiva es una herramienta potenciadora, al margen de que adquiera forma de reconocimiento, refuerzo de una conducta o comentario para la mejora personal.

Si alguien nos expresa con su mayor convicción que nuestro trabajo es excelente por esto o por aquello y que además podríamos explorar esta u otra vía  o nos retroalimenta comentando que cuando ayer llegaste tarde, yo me sentí mal, no es lo mismo que si nos dice sin argumento alguno: ¡Qué buen@ eres!. La primera expresión  abre nuevas opciones y perspectivas sobre la realidad y a la vez crea un espacio para la reflexión y  mejora personal. La segunda es una afirmación rimbombante y genérica. Si nos volvemos dependientes de ella, puede que caminemos ciegos por la vida, tropezando a cada paso con el fracaso.

 «¡Cuanto se parece a la amistad  la adulación!» exclama el filósofo Séneca.  ¿Es el verdadero amigo un adulador?. «Cuanta más amistad más claridad» señala un proverbio. 

 En su ensayo “Cómo distinguir un adulador de un amigo”,  Michael Pakaluk afirma:

 “El amigo procura que estemos bien, en tanto que el adulador trata de que nos sintamos bien. El amigo nos dice la verdad sobre nosotros mismos, aunque sea dolorosa, en tanto que el adulador distorsiona la verdad para ajustarla a lo que queremos oír. Generalmente un amigo es devoto en primer lugar de la verdad y, de acuerdo con eso, deja que una amistad prospere o fracase. Para el adulador la verdad es irrelevante, o quizá hasta un obstáculo. La pregunta determinante para él es: “¿Qué quieres que piense que es verdadero?”.

 Adular es una estrategia de seducción o manipulación al servicio de los fines más variados: trabar amistad, ganarse al jefe, conseguir que el empleado haga lo que deseamos, enamorar o conquistar a alguien, cerrar un trato… .

 Cuando una persona cae en las redes de un adulador puede volverse dependiente y ceder por sistema, tolerar lo intolerable,  apartarse de su objetivo, sobreestimarse o subestimar. Puede que sea capaz de cualquier cosa con tal de engordar su ego y tener contento al adulador. En el fondo lo que late en esa conducta es una falta de autoestima y confianza en uno mismo.

 ¿Te hace sentir bien ese compañero o ese jefe que  te dice que eres imprescindible, aunque el precio sea trabajar más o ir contra tus intereses?.

 Deberíamos confiar más en nosotros mismos y en nuestro instinto. Utilizar el sentido común y poner nuestra capacidad de observación y análisis al servicio de nuestros objetivos. Sólo nosotros somos los más indicados para saber qué  queremos y qué nos conviene. Escuchemos nuestra pequeña voz interior y lideremos nuestra vida.

 

 

 

 

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AUTOSABOTAJE: ¿CONOCES A TU GREMLIN?

 

“No tengo tiempo”, “lo vas a fallar”, “déjalo para otro día”, “eres un desastre”, “no puedo”…

 Detrás de las cosas que nos importan suelen esconderse otras que nos sabotean.

 ¿Recuerdas aquellas criaturas diminutas y malévolas que sembraron el terror en la ficticia comunidad de Kingston Falls?.  Allá por 1984 la película Gremlin nos mostró sus terribles peripecias.  

 En coaching la palabra Gremlin se utiliza para designar al autosaboteador que todos llevamos dentro.

 El autosabotaje nos impide lograr aquello que aparentemente deseamos. Como indica la escritora americana Alyce P. Cornyn-Selby se manifiesta cuando” decimos que queremos algo y nos aseguramos de que no suceda”.

 Tu Gremlin suele susurrarte que no mereces el éxito, te invita a saltarte la dieta, a sentirte culpable, a fallar, a seguir como estas, a no aprovechar la oportunidad o a dejar lo que debes hacer hoy para otro día. Es un boicoteador nato.

 Aunque este “diablillo” interior tiene una intención francamente positiva contigo. Puede que te cueste creerlo, pero el Gremlin busca tu beneficio.

 A menudo fumamos para sentirnos relajados, comemos copiosamente por el placer que nos produce o para calmar nuestra ansiedad, rehuimos las horas de estudio para evitarnos esfuerzos y tensiones, evitamos las relaciones para ahorrarnos el rechazo, el fracaso, la presión que nos causa cumplir, ser responsables o cambiar nuestra maravillosa rutina.

 La misión de tu Gremlin es preservar el «status quo»,  procurar que nada cambie, mantenerte en tu zona de confort y protegerte del ridículo, del fracaso, del rechazo o del sufrimiento.

 El Gremlin es un seductor nato. Tiene la capacidad de coger una parte de la verdad y convertirla en una razón de peso para abandonar o para renunciar a empezar. Es un maestro de las excusas razonadas y suele estar presente en momentos de incertidumbre y de cambio. Se disfraza de muchas formas diferentes: como consejero, como sabio, como experto, como prudente. Habla de forma coherente, dulce y tentadora y nos mueve a destruir los grandes proyectos de nuestra vida.

 Piensa en aquellas ocasiones en que te dispones a hablar en público y tu autosaboteador te susurra, “te vas a bloquear”. Es muy posible que  esté protegiéndote de hacer el ridículo, de exponerte a las críticas de los demás o de un éxito que tú, en alguna parte oscura de ti mismo, has decidido que no te mereces.

 Piensa en esas ocasiones en que aparentemente deseas el éxito y trabajas para lograrlo. Cuando te llega la oportunidad, cuando estas a punto de alcanzarlo, te saboteas con una excusa bien construida o una acción inadecuada. Tu asociación con el fracaso prevalece.

 Lo cierto es que tu Gremlin sabe bien cómo esconderse en esa parte oscura que se llama subconsciente, y así es fácil que pase inadvertido y que ignores todas las asociaciones negativas que te están desmotivando y apartando de tus objetivos. Por eso, el primer paso para lograr que tu Gremlin no te sabotee es ser consciente de su presencia y de lo que te dice. Escuchar activamente a tu Gremlin, te ayuda a conocerlo y a entenderlo para dialogar con él.

 Existen variadas técnicas en el coaching y en la PNL para tratar con tu Gremlin y la mayoría de ellas pasan por llegar a acuerdos, asociarte con situaciones y emociones positivas y reforzar tu autoestima, confianza y  motivación.

 Sea como fuere tu Gremlin vive en ti y por tanto, sólo tú eliges lo que hacer con él. Trata de no ser tu peor enemigo.

 Como indica María Jesús Alava en su libro “Emociones que hieren”: “Lo importante no es lo que nos dicen los demás, sino lo que nos decimos a nosotros mismos”.

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GENEROSIDAD Y BIENESTAR

 

Cada uno de nosotros tiene algo para dar: su tiempo, sus recursos, su afecto…

 La generosidad refleja la pasión del individuo en la ayuda y se manifiesta en un hábito de dar y entender a los demás sin esperar nada a cambio.

 En el día a día encontramos múltiples ejemplos de esta actitud positiva: la persona que se ofrece a escucharte o consolarte en un mal momento, aquella que utiliza sus habilidades, conocimientos o bienes para ayudarte o la que simplemente te cede su silla o luce una sonrisa en los labios.

 Cada vez que sabemos aparecer y desaparecer con discreción en el momento oportuno, guardar silencio si la situación de la otra persona lo requiere, aceptarla  como es y sin emitir juicios, estamos actuando con generosidad. Como escribe Louise Hay:“Lo único que podemos hacer por los demás es amarlos y dejar que sean quienes son, saber que su verdad está dentro de ellos y que cambiarán cuando quieran hacerlo”.

 Practicar la generosidad en las relaciones conlleva no sentir la necesidad de que el otro reconozca sus fallos. Cuando le decimos a alguien que está cometiendo un error o pretendemos que “de su brazo a torcer”,  podemos herirle en su autoestima y provocar una pérdida de confianza. La generosidad no pasa facturas innecesarias. Alcanzaremos la paz interior y ayudaremos a que otros la alcancen cuando seamos sanadores en lugar de jueces.

 Si alguien decide sentirse como un títere de las circunstancias en las que vive, está en su derecho. Cada decisión individual es como un movimiento en un tablero de ajedrez destinado a resolver la partida personal. Cada persona goza de la libertad interna de elegir y mueve sus piezas de acuerdo con dicha elección.

 Compartir con sencillez lo que uno es y lo que uno tiene permite descubrir cuan útiles podemos ser en la vida de nuestros semejantes y nos colma de alegría, bienestar y paz interior.

 Esta actitud positiva de dar, compartir y entender también repercute en nuestra salud. En su libro “El Poder de la Intención”, Wayne Dyer explica cómo ser generoso estimula el sistema inmune y la producción de serotonina en nuestro cerebro provocando paz y bienestar, tanto a la persona que efectúa la acción como a la que la recibe o la observa.

 No obstante, la generosidad empieza por uno mismo y no debe confundirse con la autodestrucción. A menudo el falso ego que todos llevamos dentro, espera que la generosidad comience por el otro, y aunque esto en nada se parezca a ser generoso, abrirse a que el otro nos avasalle es autodestruirnos.

 No hagas las cosas para que te las agradezcan, pero trata de hacerlas a gente agradecida, dice un proverbio.

 Nuestra “autogenerosidad” hará que nos marchemos de los lugares dónde no nos aprecian, de las situaciones que sólo llevan a un dolor inútil, de las humillaciones que ningún ser humano debe permitir, de la rabia o el odio.

 Por encima de todo no deberíamos perder nuestro propio respeto, valoración e identidad, ni tampoco la conformidad con nosotros mismos.

 Soltar, dejar ir, desprenderse, vaciarse, son expresiones que tienen que ver con la práctica de la generosidad y que nos sugieren conductas libres de apegos y posesiones. Conductas dadivosas y receptivas que generan alegría y bienestar en todos los implicados.

 Puesto que somos seres interdependientes, nuestras alegrías y desgracias están íntimamente vinculadas a los demás. Practicar la generosidad nos permite experimentar cómo el bienestar personal está inevitablemente entretejido con el bienestar de los otros, de modo que para cultivar plenamente ese bienestar propio habremos de cooperar en el bienestar ajeno.

 Conduce tu vida con generosidad.

 

 

 

 

© Isabel Ripoll. 2011. All right reserved

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METÁFORAS PARA EL CAMBIO (IV): LA TIENDA DE LAS OPORTUNIDADES

 

Erase una vez una tienda en la que vendían oportunidades.

Luminoso y colorido, el local estaba dividido en dos pasillos, de cada uno de los cuales colgaba un cartel. En el cartel del primer pasillo podía leerse: “Encuentra tú oportunidad” y en el del pasillo de al lado: “Oportunidades de segunda mano”.

Las oportunidades estaban escritas en un pergamino sellado, aunque en las baldas de la estantería un pequeño letrero indicaba el nombre y el contenido de cada oportunidad.

Aquella mañana la tienda se encontraba abarrotada de clientes y la dependienta vio llegar al hombre que día tras día la visitaba.

 Era una persona de mediana edad, con un porte y aspecto impecable. Alguien que ella consideraba educado, elegante y cortés. En un principio había pensado que quizá se tratase de un gran empresario, pero se sorprendió al escuchar de otra dependienta que no tenía trabajo.

Cada mañana, el hombre llegaba allí tranquilamente, daba los buenos días y se internaba en el pasillo de “Encuentra tu oportunidad”. De vez en cuando, salía con un pergamino y le preguntaba a las dependientas sobre las características del producto. Si era fiable o se podía descambiar, si estaba garantizado…y finalmente partía con las manos vacías.

En cierta ocasión, decidió adquirir una de aquellas oportunidades, aunque al poco rato la devolvió porque, según dijo, no le valía para sus propósitos; de modo que la oportunidad fue colocada en el pasillo de “Oportunidades de segunda mano” y adquirida por otro cliente de inmediato.

En un periodo de tres años aquel hombre había adquirido tres oportunidades y las había devuelto todas. Ya en las baldas de “Oportunidades de segunda mano”, los productos retornados se habían vendido a otro cliente en cuestión de minutos.

-¿Qué es lo que busca exactamente?- llegó a preguntarle una vez con ánimo de ayudar.

-Una oportunidad de calidad que esté a mi altura- respondió él con una sonrisa.

-Tenemos buenas oportunidades de calidad aquí, permítame que se las muestre-

-No se moleste- replicó –las conozco todas y en este momento no me interesan, aunque me pregunto si admiten reservas-

-¿Reservas?- preguntó la dependienta.

– Me refiero a reservar la oportunidad durante un tiempo- aclaró él- Si me la llevo tendré que aprovecharla y tal vez pierda la que busco-

-Lo siento señor. Las oportunidades no se reservan. Están para consumirlas. Puede comprar la oportunidad y retornarla en caso de que no la haya abierto-

La dependienta que había visto entrar al hombre aquella mañana también le atendió al salir. Para su sorpresa el hombre llevaba en la mano una oportunidad. Le dedicó una sonrisa:

-Parece que ha encontrado lo que buscaba-

-Al menos se parece mucho a lo que busco- manifestó él.

No había pasado más de media hora cuando el hombre retornó la oportunidad explicando que lo había pensado mejor y no le convenía.

Cuando se hallaban inmersos en labores nocturnas de cierre, aquel hombre volvió y preguntó enseguida por la oportunidad devuelta.

 Por favor- le dijo a la dependienta –necesito volver a comprar la oportunidad; creo que era la mía-

La dependienta lo miró extrañada:

– La oportunidad que devolvió está ya vendida-

-No es posible. ¿Puede pedirme otra igual?-

-Ninguna oportunidad es igual a otra señor. Lo siento-

Dice un famoso proverbio chino que hay tres cosas que no vuelven hacia atrás: la flecha lanzada,  la palabra pronunciada y la oportunidad pérdida.

Wayne Dyer escribió: “cuando te agarras a una creencia que te sabotea, eso sólo te sirve para mantenerte marcando el paso sin avanzar…sólo sirve para justificar tu inacción con una explicación”.

 

 

 

©Isabel Ripoll. 2011. All rights reserved

 

 

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